lunes, 15 de abril de 2013

Herencias

En vísperas de los funerales de Estado que se celebrarán el miércoles en Londres, y puestos a analizar el legado de Margaret Thatcher, estoy con la minoría del 34% de los británicos que creen, según una encuesta publicada por ‘The Guardian’, que no fue una buena dirigente política. El tatcherismo ha trascendido los once años de gobierno de la Dama de Hierro y ha impreso una huella ideológica profunda, que puede rastrearse hoy en las políticas neoliberales, tan florecientes. Es cierto que Thatcher sacó a su país de la parálisis económica en que se hallaba inmerso, pero lo hizo a costa de dividirlo, de generar profundas brechas sociales y de laminar servicios públicos que deben estar en la base del Estado del bienestar. Exactamente lo mismo que hacen ahora las élites políticas europeas, con la excusa de acabar con la recesión, y cuyos resultados se traducen en un progresivo empobrecimiento de las clases medias y bajas del Viejo Continente. La filosofía política que inspiró algunas de sus más conocidas actuaciones –aquella polémica «poll tax», la reforma fiscal que pretendía gravar las rentas más bajas y que generó disturbios en 1990– ha vuelto, traída en volandas por la globalización, para quedarse durante mucho tiempo. El periodista Joaquín Estefanía ha hablado esta semana en Zaragoza de la economía del sufrimiento. En ello estamos. Por eso, frente a los valores que representaba Thatcher, me quedó con el humanismo que defendió José Luis Sampedro, fallecido también el pasado lunes.
Heraldo de Aragón - 14/04/2013 
      

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