A bote pronto, es difícil aventurar hacia
donde camina el mundo (ese ascenso de
los países del Sur que explicaba no hace mucho un informe del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo) ni las consecuencias últimas de los cambios
en la estructura del poder económico mundial. Pero, incluso desde el rincón más
alejado de los centros donde se sustancia ese poder, se puede intuir que la
incapacidad del Norte para dar respuesta adecuada a la ruina económica tiene mucho
que ver con su pérdida creciente de influencia planetaria, con el cambio de
polaridad que tantos vaticinan. Después de largo tiempo, la persistencia de la
crisis solo puede entenderse por la falta de acierto en las políticas que
tratan de sacarnos del pozo. El FMI, que en junio pasado lamentaba el excesivo
impacto de los programas de austeridad en el bienestar de los ciudadanos, da
uno de sus conocidos bandazos y propone ahondar en la herida con una rebaja
cierta de salarios, otra más, a cambio de una hipotética creación de empleo. La
Comisión Europea, por boca de su vicepresidente económico, el finlandés Olli
Rehn, se ha apresurado a aplaudir una medida que volvería a cargar los efectos
de la recesión sobre las espaldas de las empobrecidas clases medias. Causa
frustración que Europa tan solo haga planes testimoniales de estímulo al
crecimiento y es muy lacerante que los ajustes, que tanto sufrimiento provocan,
sean ideados por tipos que cobran abultados salarios y ven la riada desde sus
despachos. Cómodamente resguardados en ellos.
Heraldo de Aragón - 11/08/2013
Heraldo de Aragón - 11/08/2013
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