lunes, 19 de agosto de 2013

Atardecer de agosto


Sentado a la fresca del atardecer en cualquier lugar del solar patrio, en una terraza frente al mar o tal vez en la plaza ensimismada de un pueblo, en amena conversación con los amigos y con una cerveza en la mano, el tiempo transcurre despacio, avanza con la parsimonia que nutre las cosas que merecen la pena. Parece, esta vez sí, que el mundo es redondo y calmo y que tiene la serena placidez de la época de la inocencia si es que esta ha existido alguna vez. El puente de agosto es esta quietud que nace de la despreocupación de las vacaciones de verano, de los días de asueto, como si las noticias que publican los periódicos o las historias que cuentan los informativos de la televisión fueran un mal sueño, una pesadilla tan enojosa e impertinente como pasajera. Y sin embargo, hay una realidad machacona y desagradable que convive con nuestras charlas apacibles, con nuestros paseos matutinos y las sobremesas de café y guiñote o de hamaca y siesta. Hay un mundo que se resquebraja en Egipto poniendo fin, de manera sangrienta, a las esperanzas democratizadoras que había despertado la Primavera Árabe. Y hay un mundo cercano y farsante que se nutre de historias viejas como esa que rodea el caso Bárcenas y la financiación presuntamente ilegal del PP, o la otra, más próxima todavía, que llena de dudas y de sombras el futuro de Plaza, la plataforma logística en la que tantas esperanzas ha puesto Aragón. Y es que hasta al sopor dulce de los crepúsculos del estío llega el hedor insoportable de las miserias humanas.       
Heraldo de Aragón - 18/08/2013

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