Sentado a la fresca del atardecer en cualquier
lugar del solar patrio, en una terraza frente al mar o tal vez en la plaza
ensimismada de un pueblo, en amena conversación con los amigos y con una
cerveza en la mano, el tiempo transcurre despacio, avanza con la parsimonia que
nutre las cosas que merecen la pena. Parece, esta vez sí, que el mundo es
redondo y calmo y que tiene la serena placidez de la época de la inocencia si
es que esta ha existido alguna vez. El puente de agosto es esta quietud que
nace de la despreocupación de las vacaciones de verano, de los días de asueto, como
si las noticias que publican los periódicos o las historias que cuentan los
informativos de la televisión fueran un mal sueño, una pesadilla tan enojosa e
impertinente como pasajera. Y sin embargo, hay una realidad machacona y
desagradable que convive con nuestras charlas apacibles, con nuestros paseos
matutinos y las sobremesas de café y guiñote o de hamaca y siesta. Hay un mundo
que se resquebraja en Egipto poniendo fin, de manera sangrienta, a las
esperanzas democratizadoras que había despertado la Primavera Árabe. Y hay un
mundo cercano y farsante que se nutre de historias viejas como esa que rodea el
caso Bárcenas y la financiación presuntamente ilegal del PP, o la otra, más
próxima todavía, que llena de dudas y de sombras el futuro de Plaza, la
plataforma logística en la que tantas esperanzas ha puesto Aragón. Y es que hasta
al sopor dulce de los crepúsculos del estío llega el hedor insoportable de las
miserias humanas.
Heraldo de Aragón - 18/08/2013
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