Nada menos que 2.500 años después de que Heráclito dijera
aquello de que en los mismos ríos entramos y no entramos, somos y no somos,
viene el presidente del Real Zaragoza a desmontar la idea del todo fluye que se
atribuye al filósofo griego: hace tiempo que el club aragonés remoja sus
vergüenzas, una y otra vez, en las aguas permanentemente repetidas de la mediocridad. El
diagnóstico de lo que le ocurre a la vieja sociedad deportiva está hecho y es,
como se sabe, desolador, puesto que en unas pocas temporadas Agapito Iglesias
ha laminado el prestigio institucional del club, lo ha lastrado con una deuda
cercana a los cien millones de euros, ha terminado con cualquier atisbo de
proyecto deportivo, ha convertido la cantera en un erial y ha provocado una
profunda decepción colectiva en los miles y miles de seguidores que ven en el
fútbol algo más que un juego y en el Zaragoza algo más que un club. Con
independencia de su función adormidera, los triunfos deportivos provocan
sentimientos generalizados de autoestima, porque son la representación de todo
aquello que, en medio de una lacerante crisis económica, nos falta: modernidad,
dinamismo, competitividad, éxito. No recuerdo quién dijo que el hombre no es
otra cosa que lo que él mismo se hace. El Zaragoza es hoy una realidad
construida a imagen y semejanza de su presidente, de manera que no cabe esperar
que se produzcan cambios sustanciales en su trayectoria mientras su propietario no se vaya. Claro que ¿dónde
están los recursos económicos para hacer esto posible?
Heraldo de Aragón - 09/06/2013
Heraldo de Aragón - 09/06/2013
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