Como todo
el mundo sabe, Annette Schavan,
ministra alemana de Educación, dimitió en febrero pasado por copiar su tesis
doctoral años atrás. No es un caso aislado. La renuncia de la política germana
tiene que ver con una manera rigurosa de entender la moralidad en la vida
pública, de tal manera que aquella persona que no observa una conducta adecuada
en el desempeño de su cargo y hasta en su vida personal es conminada a
abandonar aquel. Ningún parecido con lo que ocurre en España. Aquí, no es solo la
corrupción la que socava los fundamentos del sistema y mina la confianza de los
ciudadanos en las instituciones, sino la ausencia de una respuesta adecuada por
parte de los partidos políticos, que protegen a sus miembros frente a cualquier
demanda externa de dimisión por muy justificada que esté. Resulta
descorazonador comprobar cómo los portavoces de los principales partidos
compiten a la hora de echarse en cara sus respectivas miserias y de qué manera
retuercen el debate acerca del momento en el que un político pillado en falta
debería dejar su puesto. O utilizan subterfugios como el empleado por Oriol
Pujol, el secretario general de Convergencia Democrática de Cataluña, que se ha
limitado a delegar funciones tras ser imputado por tráfico de influencias. En
general, los ciudadanos de este país han dejado de justificar los
comportamientos corruptos de los cargos públicos, como ocurría hasta hace poco
en muchas ocasiones. Ahora, solo falta que las conductas improcedentes sean
castigadas en las urnas.
Heraldo de Aragón - 24/3/2013
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