Escribía esta semana el periodista José Antonio
Zarzalejos que la estrategia del Gobierno y de los partidos no nacionalistas
ha consistido únicamente en creer que las contradicciones internas del
nacionalismo catalán acabarían con la reclamación independentista. En efecto,
llama poderosamente la atención que ni siquiera durante el último año, cuando
ha resultado más evidente el cariz que tomaban los acontecimientos, se haya planteado ninguna acción política
digna de tal nombre para contrarrestar el ya viejo cúmulo de falsedades
históricas y económicas en las que se ha sustentado el fuerte crecimiento del
secesionismo en la vecina comunidad autónoma. La mayoría silenciosa de la que
hablaba el otro día la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría agradecería a
buen seguro que se explicitaran adecuadamente los argumentos que existen en
favor del unionismo, de la permanencia de Cataluña en España. Por acción de
unos y omisión de otros, la deriva independentista se ha convertido en un
problema político de primera magnitud, porque ha polarizado a la sociedad
catalana, porque genera tensiones imprevisibles con el resto de los territorios
y porque dirige las demandas de quienes se manifestaron el día once hacia un
callejón de muy difícil salida: ¿de verdad cree alguien que es posible un
referéndum –y no hablo únicamente de su inconstitucionalidad– en el que solo
una pequeña parte de los españoles decida el futuro de todos ellos? Más nos valdría buscar una rápida y razonable
salida del laberinto.
Heraldo de Aragón - 15/09/2013
Muy atinado y en periodista de raza, que es lo que eres... Un abrazo
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