O sea que septiembre no son solo los días
suaves en los que la dureza del sol estival o se aplaca en atardeceres dorados
de chaqueta y paseos plácidos o se diluye en tormentas que alejan
definitivamente el calor del verano. Septiembre ya no es únicamente aquel
bullicio amable de la vuelta al colegio de los tiempos felices, sino este agobio
de las familias con dificultades económicas para pagar los libros de sus hijos
o el comedor escolar y la incertidumbre de los maestros sin plaza que revisan
las listas semanales de vacantes en busca de un puesto de trabajo que no
siempre llega. Septiembre es también la matraca de todas las palabras
lacerantes que alguien trató de disipar en
el sopor de agosto, pero que rebrotan con fuerza porque siempre han estado allí
–paro, crisis, corrupción, desigualdad–, o porque regresan de pronto como
fantasmas del pasado: retornan los rumores de un nuevo rescate a Grecia, el
tercero, y a propósito de las matanzas en Siria oímos hablar del gas sarín, de la
Guerra Fría y del declive de Europa y de las Naciones Unidas. Dice Mario
Benedetti que «la palabra es tan libre que da pánico» y añade que puesto que «besa
y muerde mejor la devolvemos al futuro». Hagámoslo, pues, y cuando lleguemos a
ese porvenir que nos aguarda tal vez la palabra que hiere esté ya domesticada.
A ver si hay suerte y todas esos verbos que hoy nos nublan la vista se han
transformado en voces de prudencia, de calma y de esperanza. Después de todo,
tenemos derecho a soñar con un mañana mejor.
Heraldo de Aragón - 08/09/2013
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